Con apenas poco más de un punto de diferencia a favor del sí en el referéndum, el presidente turco Erdogan está hoy en posibilidad de realizar las reformas constitucionales necesarias para convertir al sistema político de su país en presidencialista, eliminar el cargo de primer ministro y debilitar los pesos y contrapesos que existen normalmente en las estructuras democráticas para acotar el poder del ejecutivo. La propaganda hecha para convencer a los ciudadanos de aprobar los cambios se centró en que el nuevo modelo traería mayor estabilidad política, mejor control del orden público y en consecuencia, un crecimiento económico general que brindaría desarrollo social y prosperidad.
Ya con el triunfo en la mano y a pesar de los reclamos de anomalías graves en el proceso de consulta popular, Erdogan se perfila como el hombre fuerte de su país, en el poder quizás hasta 2029. En el corto plazo, sin embargo, no parece que ello redundará en cambios importantes en las relaciones exteriores de Turquía, las cuales de por sí han estado guiadas por la personalidad de Erdogan. Con Estados Unidos, y a pesar de que el presidente Trump fue el primer líder occidental en felicitarlo, siguen las tensiones a causa de la exigencia de Erdogan de la extradición del clérigo Fethullah Gulen al que acusa de haber armado el golpe de Estado de julio pasado, al mismo tiempo que resiente el apoyo de Washington a los kurdos de Siria, hermanos de lucha de la insurgencia kurda en Turquía.
Respecto a la Unión Europea, la línea seguida por Erdogan ha estado dirigida a distanciar a su país cada vez más de la posibilidad de integrarse a ella. La islamización creciente de la vida pública, la extendida violación a los derechos humanos que se agudizó aún más tras el fallido golpe de Estado, las acusaciones y diatribas lanzadas por Erdogan contra el gobierno alemán y el holandés hace unas cuantas semanas, y la propuesta durante la campaña del referéndum de reimponer en el país la pena de muerte, ofrecen en conjunto un panorama negativo en cuanto a convertir a Turquía en miembro de la Unión Europea. Ello no obsta para que las relaciones económicas y la recepción de refugiados sirios por parte de Turquía a cambio de millonarias sumas de euros, continúen, en virtud de su conveniencia para ambas partes.
En cambio, la relación turco-rusa se ha consolidado considerablemente en los últimos tiempos, no obstante la severa crisis de hace un par de años cuando el incidente del derribo del avión ruso. Hoy por hoy Putin y Erdogan actúan en consenso de cara a la guerra civil siria, limando las asperezas previas respecto a ese dramático tema. Además, hace un par de días se cerró un trato entre Moscú y Ankara para que Rusia provea a Turquía de un sistema de defensa aérea con misiles S400, transacción que se ha hecho al margen de la OTAN a la cual oficialmente pertenece Turquía. Las directrices para la lucha contra los terroristas del Estado Islámico y para las relaciones con fuerzas sunitas y chiitas del mundo musulmán son básicamente impuestas por el ejecutivo turco, cuestión que no cambiará con el resultado del referéndum.
Pero donde sí existe mayor posibilidad de que el aumento del poder presidencial tenga efectos nuevos e imprevistos, es en el ámbito interno turco. Al desaparecer los contrapesos que limitan al poder del ejecutivo, la reglamentación de la vida pública y aún privada de la ciudadanía está en riesgo de ser decidida por una única persona -el presidente- con todo lo que esto conlleva. De igual forma, la suerte de las enormes minorías que habitan en Turquía -la kurda la más notable de ellas- estará, a partir del incremento desproporcionado del poder presidencial, sujeta a su particular arbitrio y carente de la protección y defensa que hasta ahora le pudieron haber proporcionado los poderes legislativo y judicial, ahora mermados por efecto de la decisión emanada del plebiscito. Eso quiere decir que los principales afectados por los cambios que se vienen en Turquía serán los propios ciudadanos turcos que difícilmente obtendrán de ellos mayor libertad, prosperidad y desarrollo social.
Fuente: Excélsior, 23 de abril, 2017.
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