Desde Medio Oriente. Egipto: austeridad y represión creciente

//Esther Shabot

El presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi, fue reelecto recientemente mediante comicios que recordaron a los celebrados por sus antecesores en el puesto: pura apariencia de competencia democrática. Con las riendas del poder de nuevo firmemente en sus manos, está procediendo al saneamiento de las finanzas nacionales plagadas de corrupción, acatando las exigencias del Fondo Monetario Internacional impuestas cuando en noviembre de 2016 se le aprobó un préstamo de 12 mil millones de dólares. Las decisiones al respecto apuntan a reducir la deuda pública, imponer el impuesto sobre el valor agregado y cortar subsidios, con lo que el precio de la electricidad se ha elevado ya en 25 por ciento, mientras que el domingo pasado se decretó la elevación del costo de la gasolina en 35 por ciento, del diesel en 50 por ciento y del gas para uso doméstico en 66 por ciento. De igual manera, el mes pasado se elevaron los precios de los alimentos y el boleto del metro subió casi al triple.

No es difícil imaginar el impacto causado por la imposición de todas estas medidas en un lapso tan corto. Sobre todo teniendo en cuenta que en este país de 97 millones de habitantes, el ingreso promedio mensual es apenas de 230 dólares, además de que la infraestructura general y los servicios públicos se encuentran en un estado de lamentable deterioro. Así, a pesar de que desde 2013 existe una ley que limita severamente la posibilidad de realizar manifestaciones de protesta, estas han ocurrido, con saldos de decenas de arrestados.

Igualmente, se han incrementado durante el mes de Ramadán que apenas terminó, los arrestos de periodistas, blogueros y simples críticos del régimen que exponen sus ideas en medios y redes sociales. Se les acusa de conspirar contra el régimen, pertenecer a células de la Hermandad Musulmana o difundir ‘noticias falsas’. La embestida contra medios de comunicación no plegados a la línea oficial ha sido bien notoria.

Al- Sisi ha desenvainado la espada de forma tan abrupta y brutal porque se ha dado cuenta de que la represión y violación de Derechos Humanos ejercida por sus agentes no enfrenta riesgo alguno de recibir condenas ni sanciones importantes de entidades internacionales. El mundo árabe está concentrado en Siria, en la cada vez más sangrienta y devastadora guerra civil en Yemen, y en la confrontación más global entre el sunismo y el chiismo. Estados Unidos bajo Trump, ha abandonado muchos de los espacios en los que anteriormente tenía presencia en Oriente Medio. Al presidente estadounidense no le ocupan ni le preocupan las violaciones a los Derechos Humanos en Egipto. De hecho, comparte con Al-Sisi las mismas opiniones respecto a los medios de comunicación críticos que presuntamente se especializan en difundir ‘fakenews’ para desacreditar a los gobiernos. En ese sentido, es significativo que apenas hace unos días el vicepresidente estadounidense Mike Pence tuiteó un mensaje en el que enfatizaba "la fuerte relación entre Estados Unidos y Egipto", sin hacer mención alguna de la oleada de arrestos arbitrarios y actos represivos que acababan de llevarse a cabo.

Así las cosas y a siete años del estallido de la Primavera Árabe que derrocó a Mubárak, Egipto se encuentra prácticamente en las mismas o en peores condiciones aún que antes. Al-Sisi es un nuevo Mubárak que usa las mismas herramientas dictatoriales que recrean la misma carencia de prácticas democráticas vivida anteriormente. La sangre derramada no ha servido para nada, ya que las élites militares y políticas siguen dominando con las mismas prácticas corruptas y represivas. En Egipto, el país más poblado del mundo árabe, la esperanza de libertad y mejoría en las condiciones de vida de decenas de millones de sus ciudadanos ha sufrido una derrota colosal.

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